Es miércoles. Estoy reunido con los dos dueños de una empresa, una PyME. Una de esas que me generan admiración porque fueron forjadas con pasión, sudor y ganas, contra viento y marea. Una historia inspiradora de esas que se cuentan con música épica. Crecieron y quieren “profesionalizar”. Ahí estamos, sentados hablando de objetivos, métricas, procesos a implementar… cuando se abre la puerta. Un jefe de producción se disculpa por interrumpir y le comenta algo a los dueños, necesita un repuesto. Uno de mis interlocutores le dice “tengo otras prioridades” y el otro agrega “después voy y veo cómo te lo soluciono”. La expresión de la cara del jefe no es alegre. Agradece, se disculpa nuevamente por interrumpir, y se va cerrando suavemente la puerta.

Este es un antiejemplo de lo que descubrió Google en el Proyecto Aristotle. Google quería encontrar la alquimia del “equipo perfecto”, y comenzó un estudio que buscaba responder por qué algunos equipos eran exitosos y otros fallaban constantemente. Identificaron 180 equipos para estudiar a lo largo y ancho del mundo, y comenzaron una serie de entrevistas con ejecutivos, líderes de equipo y miembros de cada uno. El nombre del proyecto alusivo al filósofo griego responde a la famosa frase de que “el todo es mayor a la suma de las partes”. Y vaya si comprobaron la hipótesis…

Lo más interesante es cómo se diferenciaban los criterios para la medición de efectividad de los miembros del equipo respecto a los ejecutivos. Los ejecutivos se basaban muchísimo en los datos duros, en las ventas, resultados, profit, cantidad de productos lanzados. Los miembros del equipo hablaban respecto a la “cultura de equipo” y ponían este ingrediente por encima de la métrica. No es nada sorprendente, por cierto que esto sea así. Sin embargo, de esta simple verdad se deconstruye una máxima que favorece la persistencia de los equipos: para construir y consolidar un equipo exitoso, deben balancearse los resultados y la cultura.

¿Qué pasa si un equipo con ciertos éxitos tiene miembros insatisfechos?

¿Y si un equipo con miembros que disfrutan de una maravillosa cultura de equipo sostienen resultados insuficientes? Ambos tienen un mismo destino fatal…

Pero si la compañía logra que los miembros del equipo individualmente se sientan seguros y confiados mientras los desafían a obtener los mejores resultados, estaremos frente a esta alquimia consagrada del equipo ideal, donde se encuentra el balance entre resultados y cultura.

Google midió cada equipo con variables que representaran tanto ese mundo cuantitativo de los resultados como el cualitativo del espíritu del equipo, y construyó datos a partir de las cuatro visiones disponibles: la del ejecutivo, la del líder de equipo, la de los miembros y la de los resultados.

El final de la historia es que no importaba tanto quién formaba el equipo sino cómo el equipo trabajaba en conjunto. Y por suerte, Google también pudo identificar cinco factores que pude enumerarle a mis dos interlocutores en aquella reunión. El primero, y el más importante, fue el de la seguridad psicológica: el ingrediente que anima a los miembros del equipo a tomar riesgos, sabiendo que ningún par lo avergonzará ni ningún jefe lo atormentará por hacer… y eventualmente, fallar. Que puede hacer preguntas, que puede ofrecer sus ideas. Y lo más importante, sabe que su jefe no sabe. No lo sabe todo, construye, como todos, un conocimiento y experiencia que se nutre tanto de lo que sabemos como equipo como de lo que estamos dispuestos a aprender arriesgando.

A nadie le gusta verse inútil, incompetente, débil. Las opciones son siempre dos: esconder el no saber, dejar de preguntar, no arriesgar opiniones, o bien aprovechar y fomentar un ambiente en el que el no saber es una oportunidad de aprendizaje y no una prueba de incompetencia. Donde el jefe no tiene todas las respuestas y apoya al equipo a generar nuevas soluciones. Y esa es sólo la base. Sobre esos cimientos se podrá construir la confianza que en definitiva es la piedra filosofal sobre la que se apoya un equipo sosteniblemente exitoso.

A los pocos minutos de terminar de contarle de Aristotel a los dueños, otro jefe abrió la puerta y uno de mis interlocutores le sonrió, escuchó pacientemente la pregunta y respondió: “La verdad es que no sé, pero termino con Ezequiel y vemos juntos cómo lo podemos resolver”.

 

Una de las tareas fundamentales en cualquier empresa es gestionar las tensiones que surgen dentro de los equipos. La construcción de un grupo humano heterogéneo conlleva inevitablemente discrepancias y desafíos. ¿Cómo logramos manejar estas tensiones para mantener la armonía y la productividad?

La concepción errónea de evitar los conflictos puede ser perjudicial. Es esencial entender que la evasión no soluciona las discrepancias, sino que las oculta, creando una armonía artificial. El líder debe reconocer que las tensiones existen y que, lejos de ser negativas, pueden ser motores de innovación y creatividad si se gestionan adecuadamente.

Gestionar tensiones no implica reprimirlas, sino comprender su origen y canalizarlas de manera constructiva. El miedo al conflicto debido a la falta de confianza interna limita el desarrollo de discusiones valiosas y la generación de ideas nuevas. El líder debe incentivar un ambiente donde la confrontación sea vista como una oportunidad para el crecimiento.

El líder efectivo dirige las conversaciones hacia la resolución creativa de conflictos, fomentando la participación activa y el intercambio sincero de opiniones. A veces, esto implica cuestionar el status quo y enfrentar preguntas incómodas que desafían la realidad empresarial.

El rol del líder es crear un entorno seguro donde las tensiones puedan abordarse abiertamente y donde el equipo pueda convertirlas en oportunidades de crecimiento. El debate constructivo, la confianza en las ideas y la persistencia en la búsqueda de soluciones son elementos fundamentales en equipos que gestionan tensiones de manera efectiva.

Un buen líder sabe que estas preguntas son demasiado “grandes” para ser respondidas por una sola persona.

 

La función del liderazgo adaptativo es señalar el camino, ser una guía, una ayuda para afrontar los malos climas, pero no una respuesta. De hecho, los compañeros inseparables de un líder son necesariamente el conflicto y la incertidumbre. Se los desafía a desarrollar una mentalidad experimental; algunas decisiones pueden funcionar, otras no; algunos proyectos pueden dar resultado, otros no. Pero cada decisión y cada proyecto va a enseñarle algo a la empresa, y sirve como punto de partida para un aprendizaje profundo.

Si antes nos regía la idea de que el líder fomentaba en el equipo la persecución de una visión, el nuevo paradigma es que el líder nos guía hacia el enfrentamiento de nuestros problemas. Tan sencillo como eso. Un equipo que discute y se refuta a sí mismo desarrolla habilidades creativas más poderosas, encontrando nuevos caminos y resolviendo problemas a medida que se presentan.

Un equipo que confronta y desafía las ideas es creativo y aplica soluciones eficaces que trascienden las capacidades individuales. Es un equipo que debate y confía, persiste en resultados y permite el crecimiento.

El rol del líder consiste en crear un entorno seguro para que las tensiones puedan jugarse y dar como resultado esa chispa creativa.